El maldito poder de la costumbre.

Qué difícil y fácil es a la vez acostumbrarse a algo.
Nunca me he acostumbrado a levantarme temprano en toda mi docencia, pero sí a levantarme tarde en cada verano.

Y ahí os hablo de un período de tiempo de unos 14 años enteros, con 9 meses de madrugar y 3 meses de vaguear.

Imaginad a lo que puedo acostumbrarme en un período de dos años y medio enteros… Imaginad lo raro, extraño, complicado y, a veces, doloroso, que es perder todas esas costumbres de cuajo.

Ya no tengo un compañero incondicional de viajes, allá donde fuere, fuese médico, comida familiar, cita con amigos incómoda…
Ya no tengo merienda día sí y día también.
Ya no tengo una multitud ingente de fotos de su gata. La de Tibbers.
Ya no tengo un regalador de videojuegos incondicional. A demás de camisetas, calcetines, peluches y cualquier chorrada friki o bonita que se os pueda ocurrir.
Ya no tengo con quien hablar de cómo de marginada me siento respecto al tema «amistades».
No tengo con quien hablar de mis progresos en el psicólogo o en el psiquiatra. La psicóloga, la psiquiatra.
No tengo a quien escribirle a mitad de noche porque he tenido una pesadilla y que me conteste, sea lo hora que sea.
No tengo a quien me lleve aquí, allá y más allá, más lejos, más cerca, da igual. A mí, a mis amigas, a mi familia, a mis gatos…
Ya no tengo un lugar confortable al que ir, fuera de mi casa.
Ya no tengo a alguien que incondicionalmente aguante cada barbaridad que hago, digo o pienso.

He aprendido a ir sola a los sitios, incluso cuando no quiero.
A comer más por necesidad que por capricho.
A que yo misma puedo comprarme cosas que me gusten o que quiera, no necesito a nadie para esto.
A comunicarme más con las amigas que he hecho en este tiempo, con las que he creado un lazo a partir de la ruptura de Tibbers, porque han estado ahí, mientras otras amigas no han estado o yo misma las he dejado al margen.
He desaprendido a progresar.
He aprendido a no escribir a nadie cuando tengo pesadillas, intentar volver a dormirme, o no, y dejarlo pasar hasta que salga el sol y la gente despierte.
He empezado a coger más el coche, aunque me da un miedo infinito, pero quiero tener ese algo que me dé independencia.
He aprendido a estar sola en la calle, con mi moto, o sin nada, e intentar que me importe más bien poco (pero me importa mucho).
Sí tengo a alguien que me aguante cualquier cosa, pero de esto ya escribiré.

No estoy bien por no tener a Tibbers en mi vida, al menos, como antes. Tampoco estoy mal. Tampoco estoy mejor ni peor.
Es que ha dado todo un giro de 180º al que me tengo que «acostumbrar» si quiero sobrevivir.
Pero con la ida de Tibbers vinieron muchas cosas más. Cosas que me machacan, que me hunden, que me hacen más inestable, más borderline, más depresiva, más autodestructiva. Y, obviamente, se me junta todo y me aplasto a mí misma, me convenzo de que tengo lo que merezco por ser mala, por no haber sido una buena novia, una novia normal, una chica normal.

Wuss, tú te lo buscaste, tú te lo tragas.

– Wuss Puss.

P.D: recordadme que…

Esta entrada fue publicada en Depresión, Relaciones y etiquetada , , , , , , , , , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario